
Hasta ahora la educación venía siendo un adiestramiento de la memoria, el profesor transmitía conocimientos enciclopédicos y los alumnos memorizaban y repetían. Nuestro sistema educativo sigue basado en memorizar, pero no en comprender, en aprender, en razonar. Apelar a la memoria como sistema hoy está definitivamente pasado de moda.
Esto funcionaba en épocas en donde los cambios en el conocimiento se producían muy despacio. El maestro era eficiente en su trabajo. El conocimiento era casi estático. Permanecía en el tiempo.
Pero ahora eso cambió. Los cambios se producen a tal velocidad que es imposible seguir basando la educación en la memoria ya que cuando los estudiantes han acabado de memorizar, la información ya está olvidada.
Es por eso que hoy en día el foco de la educación debería estar en educar la inteligencia, en potenciar el talento.
Creando personas capaces de vivir las cosas nuevas que irán apareciendo día a día.
De crear nuevos mundos, de imaginarlos, de hacerlos, de construirlos. De ser capaces de responder espontáneamente a esas nuevas realidades. De crearlas.
No basta con el conocimiento enciclopédico para educar a las personas del futuro.
¿Pero cómo se educa la inteligencia?
La inteligencia se educa incentivando en pensamiento crítico del alumno. Motivando la duda, los planteamientos, ayudando a «abrir ojos y mentes» en vez de entregar manuales de instrucciones.
Educar es promover gente más inteligente, gente capaz de llegar a sus propias conclusiones. De pensar por sí misma.
La educación tiene que motivar a poner en duda las cosas, las ideas, las actitudes, las creencias, y todo aquello que ya no puede servir al crecimiento del hombre. Y cambiarlo.
Fomentar el pensamiento es educar la inteligencia. La creatividad de los jóvenes debe ser alentada, no coartada. Un nuevo modelo que invierta en fomentar la inteligencia será capaz de responder a las nuevas realidades que el mundo plantea hoy y que el futuro demandará mañana.
El conocimiento, no la información, es por supuesto la base fundamental, el medio.
Pero la verdadera educación tiene que enseñarnos los caminos del corazón, que no son otros que aquellos que nos conducen a nosotros mismos. El famoso «conócete a ti mismo» de Sócrates. ¿Quién soy? ¿Qué siento? ¿Qué pienso? ¿Quién quiero ser? Cuando se alinea lo que eres, con lo que sientes, con lo que piensas, eres un ser pleno.
Este tipo de educación que está tan olvidada y menospreciada hace que hoy nuestros jóvenes estén tan perdidos. Migrando de universidades, frustrándose, buscando a alguien a quién no conocen aún: a ellos mismos. Muchas veces motivados por especulaciones económicas, por respetabilidad, prestigio, presiones familiares y sociales se elige mal una carrera.
La buena educación debería ser un camino hacia su felicidad y hacia ellos mismos.
No es sencillo crear planes para un futuro aún desconocido pero ese es el gran asunto que nos convoca. No se necesitan más datos sino otra mentalidad. Una nueva mentalidad. Existe una certeza, una evidencia: los países que no inviertan en el futuro (en los niños, en los jóvenes), no tendrán demasiadas opciones cuando ese futuro llegue.
Seguir promoviendo una nueva manera de aprender es un compromiso con las futuras generaciones. Crear una sociedad mejor es posible. Todo empieza y termina en la educación.