
En los últimos 20 años, empezamos a darnos cuenta de lo parecido que se está haciendo el mundo. Actualmente, personas de todo el mundo usan zapatillas Nike, camisas de Zara, un móvil de Samsung y tienen un perfil den Facebook, por ejemplo. Y muchas ciudades se parecen por los centros comerciales, aeropuertos o rascacielos que se han desarrollado. Esto nos ha llevado a la disminución de las identidades únicas y la pérdida de características tangibles de las culturas, tradiciones y diseños locales.Muchos lo achacan a la globalización. Muchos acusan a Internet y a las nuevas tecnologías. Unos menos creen que en la era de las oportunidades es más seguro copiar que crear, encajar que destacar. Otros no. El despertar de la conciencia en ámbitos como este abren la puerta a nuevos debates. Uno de ellos, tan intenso como complejo es el de la relación del ciudadano del siglo 21 con las cosas. Especialmente aquellas nacidas en este siglo y con un alto componente tecnológico. Muchos dispositivos ya se han transformado en extensiones naturales del hombre; prescindir de ellas es como perder un sentido. La relación entre el hombre y sus cosas tiene algo de síndrome de regresión: como un niño se aferraba a su muñeco o su peluche, la necesidad de no despegarse de su «extensión» es crónica. Los objetos son como chupetes electrónicos que calman, en la fase consciente, pero el uso excesivo de la cosa genera en el plano inconsciente un impacto no del todo positivo. El hombre sin su «cosa» se siente perdido, agobiado, angustiado, ya no se siente prisionero de sí mismo, sino de las cosas.
Cuando Protágoras afirmó que “el hombre es la medida de todas las cosas” no imaginó ni por un instante que siglosdespués las cosas serían la medida del hombre. Coincidiríamos con el griego en dos cosas, la primera en que su afirmación implicó cierto relativismo cultural (cada sociedad actuaría como medida de las cosas y la segunda es la carga antropocéntrica, que pone al ser humano en el lugar central de la cuestión.
Lo que sucede desde que existe Internet es que el acceso a la información ha abierto la caja de pandora. Con dicho acceso podemos recorrer todo el mundo sin levantar el culo de la silla. Ver lo cada vez más parecido; verlo.
Pero Internet no ha sido ni es responsable de una cultura que se copia, imita, emula, repite formulas ya creadas por otros. Tan sólo lo pone al descubierto.
Es por ello que llama la atención, que algunos autores e intelectuales, como Jonathan Franzen y Mario Vargas Llosa, presentan a Internet como causa y síntoma de la homogeneización y la trivialización de la cultura. ¿Es acertado acusar a Internet de haber incautado la cultura? ¿A medida que aumenta la frecuencia de la expresión, su fuerza disminuye, o sucede lo contrario? ¿Existía un debate cultural más amplio previo a Internet? ¿Existe ahora? ¿Ha llegado el momento en que el impacto cultural de los medios de comunicación digitales se someta a una severa re-evaluación?
Internet también es cultura, es parte esencial de nuestra nueva cultura. La celeridad en la que nos encontramos no es responsabilidad de Internet. Pero gracias a Internet hemos descubierto, conocido, compartido nuevas formas de expresión cultural, nuevos artistas, nuevos autores, nuevos pensadores. Es probable que no estemos atravesando la era más brillante en cuanto a ideas y creaciones se trata, pero gracias a Internet, por ejemplo, podemos decirlo, compartirlo, denunciarlo, si fuese necesario.
Los cambios van más rápido que los debates y la cultura se bambolea entre lo que fue, lo que debería ser y lo que es. Lo digital ha abierto muchas puertas mientras muchos cerraban sus mentes. Existen voces críticas con nuestra nueva era y en breve seremos testigos de como las dudas sobre la revolución digital aumentarán. A la vez que se alzan voces que sugieren que seguramente Internet está agudizando las desigualdades económicas y sociales en vez de poniéndoles remedio. Esto abre un debate que necesitaría de varios posts, y en próximos posts volveremos sobre ello. Pero recordando a Nietzche que escribió “lo que es bueno y lo que es malo no lo sabe aún nadie…”, sus palabras se mantienen casi tan vigentes como necesarias.
En los últimos años hemos visto como la imagen ilusionante y radiante que los usuarios tenían de la revolución (la transparencia, la democratización, el empoderamiento) empezó a dar paso a una nueva visión de esa nueva realidad que puede ser explotadora, manipuladora y hasta controladora. Estas personas avisan que las herramientas de la era digital engendran una cultura de dependencia y distracción, una subordinación inconciente que acaba por restringir las conductas de las personas.
También en el plano personal se están multiplicando las inquietudes por nuestra obsesión con los dispositivos. Con nuestra “relación” con el objeto, con la “cosa”. Dijo Jean-Paul Sartre que “el hombre es un esclavo de su libertad, es eternamente libre”, aunque en la actualidad da la impresión que el hombre es esclavo de su “cosa”. En varios estudios recientes, los científicos han empezado a vincular algunas pérdidas de memoria y empatía con el uso de dispositivos y de Internet y están encontrando nuevas pruebas que corroboran descubrimientos anteriores según los cuales las distracciones del mundo digital pueden entorpecer nuestras percepciones y nuestros juicios.
Cuando lo superfluo nos invade, parece que perdemos el control de lo esencial. Muchos han creado una dependencia excesiva en los sistemas de mensajería electrónica y de las redes sociales y esto ha empezado a empobrecer muchas conversaciones e incluso muchas relaciones. La edad de conectarse parece que llega mucho antes que la de quererse.
Ya sabemos, gracias a Internet acerca de como Facebook ha realizado experimentos para evaluar el impacto psicológico entre sus usuarios de lo que conocemos como la manipulación del contenido emocional y de las noticias recomendadas.
En las últimas semanas me he encontrado en conversaciones y debates en los que cada vez más gente contempla con mirada crítica y escéptica el impacto de las nuevas tecnologías. A pesar de proliferar, los detractores siguen, constituyendo una ruidosa minoría. La fe de la sociedad en la tecnología como panacea para los males sociales e individuales todavía es firme, y sigue habiendo una gran resistencia a cualquier cuestionamiento de sus productos. Aun hoy se suele despachar a los detractores de la revolución digital calificándolos de nostálgicos, de luditas y tachándolos de “anti-tecnológicos”.
Bauman denunció en varias oportunidades acerca de nuestros desafíos y problemáticas, expresando de manera clara y contundente que “hoy hay una enorme cantidad de gente que quiere el cambio, que tiene ideas de cómo hacer el mundo mejor no sólo para ellos sino también para los demás, más hospitalario. Pero en la sociedad contemporánea, en la que somos más libres que nunca antes, a la vez somos también más impotentes que en ningún otro momento de la historia. Todos sentimos la desagradable experiencia de ser incapaces de cambiar nada. Somos un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero que entre sus intenciones y diseños y la realidad hay mucha distancia. Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”.
Al confundir el avance de la tecnología con el progreso social, hemos sacrificado nuestra capacidad de ver la tecnología con claridad y de diferenciar sus efectos. La innovación tecnológica nos facilita nuevas herramientas para ampliar nuestras aptitudes, centrar nuestro pensamiento y ejercer nuestra creatividad; expande las posibilidades humanas y el poder de acción individual. Pero, con demasiada frecuencia, el mal uso de las tecnologías tienen el efecto contrario. Dicho mal uso de las herramientas de la era digital están engendrando una cultura de distracción y dependencia, una subordinación irreflexiva que acaba por restringir los horizontes de la gente en lugar de ensancharlos.
Immanuel Kant estableció que la naturaleza humana está determinada por la “insociable sociabilidad”. Es curioso que en aquella época en la que los dispositivos e Internet brillaban por su ausencia el hiciera referencia a la versión antigua de soledad compartida o compartiendo en soledad.
“El hombre tiene una inclinación a entrar en sociedad, porque en tal estado se siente más como hombre, es decir, que siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una gran tendencia a aislarse; porque tropieza en sí mismo con la cualidad insocial que le lleva a querer disponer de todo según le plazca y espera, naturalmente, encontrar resistencia por todas partes, por lo mismo que sabe hallarse propenso a prestársela a los demás” escribió Immanuel Kant
¿Ha sido la revolución digital la causante de nuestro “aislamiento” emocional? ¿Han sido los dispositivos quienes nos han exiliado del aquí y del ahora?
Poner en duda los beneficios de la revolución digital no es oponerse a la tecnología ni al progreso. Es pedir más a nuestros innovadores, a nuestros tecnólogos, a nuestras herramientas y sobretodo a nosotros mismos. Es situar la tecnología en el plano humano que le corresponde. Es despertar de la comodidad del culo sentado en la silla y transformar la pasividad en acción.
Visto retrospectivamente, tal vez nos equivocamos al ceder tanto espacio sobre nuestra cultura y nuestra vida cotidiana a la tecnología. Quizás no. Lo que es seguro es que ha llegado el momento de enmendar el error o de profundizar en los aciertos.
Este dominio de “la cosa” sobre el Hombre, crea en el ser humano una actitud peligrosa hacia el mundo y hacia sus semejantes, «la indiferencia».
Esa actitud de separación frente a la vida y los demás en versión real.
Es desolador ver como en el día a día “la cosa” está por encima del Hombre y como lo virtual sustituye la experiencia y el contacto con lo tangible. Esta falta de conexión con «lo que es» deshumaniza y quita al hombre la posibilidad de sentir y ser empático con su entorno.
¿Como está afectando esta nueva socialización global que están creando las nuevas tecnologías?
¿Hace al ser humano más sociable la posibilidad de tener miles de amigos en todo el mundo, infinidad de seguidores y reencuentros con personas olvidadas?
¿O son acaso estas nuevas formas de relacionarse las que están dejando cada vez más solas y deshumanizadas a tantas personas?
Cuando lo que hacemos con la tecnología impide o limita estar aquí y ahora está quitando lo humano del hombre. Quita la experiencia con lo que antes conocíamos como “lo real”.
Es muy controversial ver como a una gran mayoría de hombres de hoy le atrae más lo “muerto” y lo “mecánico” que la vida y lo viviente.
Si por “ser humano” entendemos a lo único capaz en la creación de sentir emoción y empatía por el otro y el entorno.
Nada más que el hombre posee esa capacidad y eso es lo que lo hace único.
¿Son ”las cosas” las que empiezan a dominar al hombre?
El hombre se ha convertido en un gran consumidor pero ha dejado de dar importancia a su faceta creadora.
El mismo Bauman afirmó que “estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe.” Lo que empieza a vislumbrarse es que la relación del hombre con el objeto (llamémoslo Internet, Smartphone, Tablet, etc.) ha pasado a un nivel de necesidad tan alto que transforma la percepción que se tenía de la “cosa”. En esta actualidad hay personas, muchas, que priorizan el objeto a cualquier otro aspecto de su existencia. “Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre” dijo también Bauman, y coincido en la fase del miedo, en que el sentido del abandono, de la soledad, de la irrelevancia llena de inmovilismo a personas que nunca tuvieron tantas oportunidades como herramientas al alcance de su mano.
En los últimos 20 años, empezamos a darnos cuenta que todo puede ser atractivo, interesante. Todo puede darte miedo o iluminar el camino que hasta ahora no podías recorrer. Internet, como herramienta no va a darte valentía, ni confianza, pero si te abrirá un sinfín de oportunidades para que cambies tu mirada. Todo depende de cómo mires. No es necesario siquiera irse lejos de tu silla … Lo que puedes imaginar es infinito e ilimitado. Está dentro tuyo. Eso es algo grandioso. Y con un movimiento de neuronas y del ratón puedes empezar a hacer, sin temor.
“Lo importante” dijo Sartre “no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”. Y ahora, ¿qué hacemos?