
Cada persona de este planeta tiene una historia. Se estima que esta semana nacerá en la Tierra el habitante 8 mil millones.
Enseguida pensarás que será en China o en India. Sin embargo, bien podría ser en Buenos Aires, Madrid, Bogotá o Miami.
Yo nací en septiembre de 1969 cuando el hombre aún estaba comentando la proeza de haber llegado a la luna.
La Tierra albergaba, por entonces, un poco menos de 4 mil millones de habitantes.
Según el contador de población de la ONU fui el habitante número 3.636.491.711
En un poco más de 50 años, se han incorporado a la historia del planeta Tierra más de 4 mil millones de vidas.
Cuando mi abuelo tenía aproximadamente mi edad en el mundo vivían 2 mil millones. Y cuando mi hijo mayor tenga mi edad estaremos atravesando el hito de los 9.000 millones.
El mayor salto en el crecimiento se dio en el siglo XIX, duplicándose la población en 100 años.
Desde principios del siglo XX los saltos de mil en mil millones se dieron en una media de 14 años.
Calcularon que recién en 2025 llegaríamos a los 8 mil millones, pero nos adelantamos 3 años.
De los ocho mil millones alrededor del 40% vive en China e India.
Según la revista Time, desde la aparición del Homo Sapiens han vivido en nuestro planeta unos 108 mil millones de personas. Ese dato puede traducirse en que ahora mismo menos del 7,5% de todos los humanos nacidos estamos vivos.
Los números ayudan a entender sólo una parte del contexto. Aún así no pueden nunca comunicar la verdadera dimensión de cada persona, de cada vida, de cada historia, de cada sentir.
Somos muchos pero todos somos únicos, inigualables e irrepetibles.
Eso es lo que hace a la Tierra un lugar especial.
Fue solo en 2007 que la mayoría de los humanos comenzó a vivir en ciudades, y en 2018 que la mayoría obtuvo acceso a Internet.
Dos mil millones de personas estaban ya conectadas a Internet hace 10 años. Los usuarios de internet en el mundo alcanzan en la actualidad los 4.950 millones de personas.
Hace una década un 73% de la población mundial todavía no estaba conectada, hoy más del 62% de la población mundial está.
Los hombres y las mujeres tenemos una buena noticia. Estamos prácticamente en un empate.
En la Tierra hay 50,5 % de hombres y un 49,5 % mujeres.
Uno de cada dos habitantes de la Tierra viven en una ciudad; alrededor del 55 % de la población mundial. Se estima que en 2050, la población urbana se duplicará, y casi 7 de cada 10 personas vivirán en ciudades.
Cada día más de 200.000 personas se mudan a un centro urbano. Y esta tendencia se consolida.
La edad media de la población mundial es de 30 años.
En un mundo joven una nueva historia puede estar a punto de escribirse.
El desafío. En la era del storytelling, donde recuperamos el valor del relato, de las historias, el número 8 mil millones cobra una relevancia capital.
Es apasionante ver que, a pesar de todo, el siglo XXI ha derribado fronteras y banderas para acercar a las personas.
La “mayoría silenciosa” antepone las necesidades humanas a los discursos ideológicos.
La transformación social, económica política y cultural que estamos viviendo, está obligando a hacer un esfuerzo de adaptación de enorme envergadura que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos.
Dicen algunos expertos que, por primera vez en la historia de la humanidad, los padres aprenden de los hijos.
Ocho mil millones puede verse como mucha gente con la que competir o como 8 mil millones de nuevas oportunidades.
Muchos de los cambios positivos se relacionan con el imparable y vertiginoso avance de las tecnologías y su extensión a todos los órdenes del desarrollo (personal, profesional, educativo, industrial, económico, político).
Y estos avances pueden ayudar a hacer del mundo un lugar más justo, equilibrado , responsable y sostenible.
También queda claro que desafíos cómo erradicar el hambre, la pobreza, el analfabetismo, las guerras, la desnutrición infantil, el cambio climático y tantos otros nos obligan a enfrentar los próximos años con una férrea responsabilidad.
Esto no se soluciona por si solo, ni entre pocos. Esto se soluciona entre todos.
Sólo si lo logramos será posible que las generaciones futuras escriban algún día, en algún medio digital: “Cuando mi abuelo Andy tenía mi edad en el mundo vivían nada más que 8 mil millones de personas.”
Dejar un mundo mejor a nuestro hijos no sólo es una asignatura pendiente, sino también una responsabilidad.