
Atravesamos un período de ansiedad generalizado. Pasamos de una generación motivada por un éxito ansiado a una generación prisionera de la ansiedad del éxito.
No hay tiempo, se busca el éxito rápido, y la fama. Lo efímero se está imponiendo en una batalla silenciosa de valores. Es un mal pasajero o, tal vez, menos temporal de lo que creemos pero, en cualquier caso, está aquí, entre nosotros.
El acceso mediático global está propiciando que cualquiera pueda compararse con las personas más importantes del mundo.
Estamos siendo protagonistas de una revolución comparable en alcance con la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX, aunque mucho más vertiginosa que ésta.
En un periodo de tiempo extremadamente breve las nuevas tecnologías de la comunicación han dado lugar a un nuevo sistema que ha cambiado en profundidad la cultura y la economía a nivel global. Y aún estamos en pañales.
Ahora, las etapas se comprimen y los modelos cambian y generan nuevas oportunidades y también nuevas ansiedades.
Una idea aumenta esa incertidumbre de la que hablamos y desvaloriza las carreras tradicionales, que precisan de mucho tiempo para evolucionar y no siempre conducen a un éxito financiero espectacular, ni a la fama en la mayoría de ocasiones.
¿Es la civilización una carrera entre la educación y lo superfluo?
Quizás no es malo, ni bueno, tan sólo nuevo.
Esta ansiedad, mezclada con la presión social y sumada a la necesidad de mostrar resultados inmediatos propicia una búsqueda constante del triunfo a corto plazo.
Valores como la investigación en el conocimiento o la contribución a la mejora de la sociedad están menos claros en nuestra sociedad de lo que nunca lo han estado anteriormente. O casi nunca, por no ser tan lapidarios.
Si no acabamos con la ansiosa superficialidad, corremos el riesgo que ella acabe nosotros.
Todos nos comparamos con los demás.
Pero necesitamos concienciarnos de que si medimos nuestra propia valía a partir de criterios comparativos, como la riqueza y la fama, estamos condenados a vivir en una frustración constante.
El camino pasa por sentir que uno está viviendo de manera auténtica su propia vida, que existe una lógica inherente a nuestro propio desarrollo, así como que nuestra contribución al mundo es evolutiva y creciente. Esta contribución nunca puede ser evaluada con mediciones comparativas.
La realización profesional requiere de mucho trabajo.